martes, 1 de junio de 2010

Lo que pasa cuando no pasa nada

Escribe, Vila Matas: Me acuerdo inmediatamente de Kafka cuando en un relato decía que su quinto hijo era tan insignificante que uno se sentía literalmente solo en su compañía.

El título está también copiado de Vila Matas: Lo que pasa cuando no pasa nada.

Si te acercas, -preferiblemente después de haber meditado; no tienes que llegar al Tao-, a los periódicos de Granada, te ocurre lo mismo que cuando uno no presta mucha atención a una telenovela. Llegas a casa a mediodía después de esperar el autobús en Gran Vía durante 20 minutos, pones la tele y pasan la novela. Comes y escuchas de fondo pero no te interesa; aparentemente ocurren muchas cosas, todas dramáticas, o bien, todas románticas. La música intercala sonidos estridentes para ayudar al suspense continuo: La maldad de la mala, la sumisión del menos malo a la mala. Luego, la sintonía de la telenovela, un bolero lastimoso dulcemente cantado que te acompañará a lo largo de todo un año, donde hay sufrimiento, esperanza, amor incondicional: El protagonista no ha sido reconocido por la protagonista; ambos hicieron un juramento de pequeños: Amor eterno; pero el destino, ¡ay, el destino vil!, los separó y los años pasan y los rostros mutan. ¿La causa de la separación?: Las malas artes de la mala. Así que el protagonista, que era el pobre más pobre de los pobres, regresa riquísimo a base de esfuerzo y estudio y hace lo indecible por acercarse a la protagonista, en lugar de decir la verdad sin más. Todo esto sucede en un capítulo. Al día siguiente, esperas el autobús en Gran Vía durante 25 minutos, -hoy se retrasó 5 minutos más-, y pones la tele y ahí está la telenovela. Comes y la escuchas de fondo. Miras de reojo pero vuelves a las lentejas. Reconoces las caras de los personajes principales. Se añaden nuevas caras, pero importa poco: Unos son fieles a los buenos, otros a los malos. Recoges la mesa un día y otro, y otro más, y otro. Intentas relajarte 20 minutos, cierras los ojos, bajas el volumen del televisor: La misma música estridente para el suspense, el bolero lastimoso para el romanticismo. Y un día, y otro, y otro más, siempre con la misma vaina. Te vas de vacaciones. E igual que dejas de esperar al autobús, pues dejas por unos días de ir a casa a comer y, por supuesto, no pones la novela. Ahora disfrutas con los amigos en el campo y ríes ante la ocurrencia de cualquiera. Pasa un año y llega la primavera. Cómo no, esperas el autobús, 27 minutos esta vez (es el retraso suizo granadino). Le das al mando de la televisión y te encuentras otra vez con la novela. Aparecen 45 personajes nuevos. La sopa está tan caliente que, después de 125 días, por fin miras atentamente la pantalla. Hasta ese día sólo habías mirado de reojo. Pero no te sorprendes porque todo sigue igual. Nada ha cambiado:

El alcalde pone los cojones sobre la mesa y decide que este año tampoco decide nada sobre la ubicación del Ferial. La ciudad vive sin vivir, nada más que el vacío. El alcalde señala a los malos. Los malos se defienden. Y un día y otro, y otro día más de lo mismo. Pasas la portada del periódico y, sospechosamente, aparece la noticia que creíste leer el año pasado: El alcalde declara que el metro no es metro, que es tranvía. El matiz novedoso es: La Junta hace las obras para molestar a los granadinos. Un nuevo ingrediente para el caldo de la confrontación, para que sintamos los granadinos que aquí todo es una telenovela, donde Granada es la octava hija de Andalucía: Un ser tan insignificante que uno se sentía solo en su compañía, y añado yo: ¡Con lo grandes que hemos sido!

En fin, puedes decirlo conmigo: ¡Me aburrooooooooooooooo alcalde! Más de lo mismo, no, gracias. NUEVOS AIRES PARA GRANADA.

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