miércoles, 23 de mayo de 2012

Epístolas en los cajones


Llevo varios días intentando escribir esta entrada en el blog. Por un lado, la demora era culpa mía; conocía el título pero, por otro lado, las palabras no fluían.
Sería el año 97, tal vez un poco antes, cuando recibí la última carta en mi buzón de una persona que me quería. Sí, era la carta de una compañera de clase preocupada por lo que me depararía el futuro después de terminar la carrera.
Recuerdo que, al acabar de leerla, sentí vértigo, un desafecto hacia el futuro. Una especie de queja, algo parecido a qué va a ser de mí. Me dispuse a contestarle. Entonces esperaba a la noche, preparaba el bolígrafo perfecto, el papel limpio. Al ir construyendo frases, tuve que pararme porque su preocupación volteó hacia un qué va a ser de ti. Al final, la carta, un patético qué va ser de nosotros.
Y todo porque llegó el correo electrónico a nuestras casas. El buzón ya era otro. Al principio no tuve conciencia de que, en muchas ocasiones, el intercambio era epistolar. Solamente, cuando apareció, o mejor dicho busqué, a un viejo maestro, un nuevo amigo, cobró cuerpo ese intercambio.
El teclado me llevaba en la cuenta de mis andanzas, de mi vivir cotidiano, de mi sentir diario, de mis lecturas, de sus recomendaciones (Epístolas morales a Lucilio), de mis intuiciones (Montaigne, Jorge Manrique), de cine (Matar a un ruiseñor)…

Así lo recogió el maestro en los agradecimientos de uno de sus libros. Y habló de las reflexiones que, cual epístolas, habíamos escrito a través del correo electrónico.
Guardo sus correos, guardo sus palabras como guardé algunas de las cartas que antes llegaban a mi buzón: con un entusiasmo recogido, privado. Esos correos me pertenecen como me pertenecía el papel de mis amigos, de antiguos amores.
Así que estoy dispuesto para retomar estas relaciones. Estoy decidido.
Me acercaré al correo y te buscaré para recrearnos en las palabras, para que me digas quién soy a través de tus respuestas, para decirte lo que siento a través de tus dudas. Sobre todo para ser libres y no engañarnos, salvo que te sumerjas en la ficción y me mientas adorablemente, salvo que la ironía sea una punzada que me mantenga vivo.
Invéntate para que pueda inventarme y llamar a las cosas por su verdadero nombre. Invítame a dejar atrás la verdad de las verdades que no sirven, que se convierten en dogmas.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes y otros latinos

No sé si ya lo habré contado en este blog. El caso es que viajaban por Europa el recién fallecido Carlos Fuentes, García Márquez y Julio Cortázar. Como cualquier viaje que se precie, el tren comenzó a traquetear la conversación. Carlos Fuentes le preguntó a Julio Cortázar, cuando la noche se hizo, por qué le interesaba tanto el jazz. Gabo cerró los ojos y musitó un dios mío, estamos perdidos. Ciertamente, estaban perdidos. Bañando la charla en alcohol, Cortázar comenzó a realizar una disertación sobre las raíces del jazz y sus implicaciones con el cuento hasta el alba.
Carlos Fuentes contaba que aquel viaje pretendía hallar luz; la luz de la vieja Europa. Pese a las atrocidades de la gran guerra, en Europa existía luz. Luz para las ideas, para la creación, para comprender, para dudar.

Hoy ha muerto Carlos Fuentes y ya no tengo tan claro que Europa sea luz para el mundo. En el norte se impone la austeridad y, en el sur, nos imponen la pobreza. 
Pareciese que vivimos un repliegue, un mirar hacia adentro aderezado con buenas dosis de miedo y de estancamiento, no sólo económico, también personal y colectivo.
Sin embargo, al otro lado del charco, pese a la crisis permanente, existen propuestas creativas en el ámbito del arte, de lo social, de lo político. Una cultura pujante que nos podría proyectar algo de la luz que nosotros perdimos en nuestra burbuja del bienestar financiero.
Tal vez, de vez en cuando, deberíamos viajar en tren por Colombia, por Brasil, por Chile, por Argentina y empaparnos de nuevos paisajes y paisanajes.
Todavía, pese a los años que han pasado, tengo el regusto de La muerte de Artemio Cruz, ese hombre que, muerto, cuenta su vida, la vida de México, la vida de Latinoamérica, la vida del mundo. No sé si se trata de un mundo que pueda cambiarse. Tal vez no importe si una novela tiene el poder de ofrecerte otra mirada. Como la que cada año le ofrecía la lectura a Carlos Fuentes de El Quijote.
Todo está en el viento, sólo que, a veces, olvidamos.




sábado, 5 de mayo de 2012

Sobre el Estado de Bienestar

Cuando hablamos del Estado de Bienestar, la izquierda siempre ha hecho una apuesta por la redistribución de la riqueza vía impuestos en forma de servicios públicos. Es así como se garantizaba la igualdad, como se hacía real la justicia social. Pero, ¿y la libertad?, ¿dónde ha quedado la lucha por la libertad en el ideal socialista?
La libertad, hoy, parece patrimonio de la derecha; en España, del Partido Popular. Claro que la libertad del PP, es una libertad individual. Es decir, la libertad del individuo para hacerse así mismo, sin subvenciones públicas, sin la presión de un Estado que uniforma para que dicho individuo pueda ser libre, completamente libre.
El Estado, con su afán por hacernos iguales, es un inconveniente para el emprendimiento, para el dinamismo individual. En cuanto a la distritubución de la riqueza, el PP piensa que el mercado ya lo hace por nosotros. El mercado redistribuye. Cierto que, en ocasiones, hay individuos que no alcanzan esa riqueza, pero en cualquier caso es porque son unos vagos.
Esta libertad en lo económico en la que cree la derecha, ya no es tan así en lo social. Porque si la apuesta fuese el individuo, entonces el individuo podría casarse sin importar su sexo, podría no creer en Dios sin importar la Iglesia, podría decidir no engendrar sin importar la familia o podría decidir si tener un hijo mediante una planificación familiar adecuada.
Así que libertad en lo económico, estricto control en lo social, donde el ciudadano es mejor que sea usuario para alimentar el consumo.
Yo, además de en los derechos del hombre creo en la comunidad. Es más, ambos se retroalimentan. El mercado no distribuye la riqueza, ni tiende al equilibrio. Sólo hace falta observar la realidad para comprender que no es más que un dogma. El mercado se basa en la acumulación sin límite. Pero en la acumulación de unos pocos. Así que únicamente el Estado, -en nuestro caso la UE-, es capaz de distribuir la riqueza garantizando la igualdad en el acceso a la educación, a la sanidad, a la vivienda, etc. Una igualdad que precisa de una comunidad solidaria. ¿De qué otra forma puede garantizarse la libertad del individuo si no todos tenemos las mismas oportunidad al nacer?
El PP, la derecha neoconservadora europea, estadounidense, creen en la libertad sin límite, -sus teóricos se definen como libertarios, igual que el movimiento anarquista, incluso utilizan este término en sus libros-. El PP, la derecha, entran en el juego democrático con el único fin de hacer realidad este programa y, para ello, todo vale, incluido el populismo: el desprecio al inmigrante por encima de los derechos humanos, el exceso de burocracia de las administraciones cuando las corporaciones se dedican a especular en el mercado-casino, el elevado coste de los servicios públicos cuando su privatización genera más coste para la administración. Así, por ejemplo, cuánto deberá gastar el Gobierno de Rajoy para cobrar en las autovías. ¿No se necesitarán funcionarios, nuevos trámites administrativos, adquisición de maquinaria que sirva para recaudar...? Pues igual pasa con los hospitales: El copago genera más burocracia, es decir, más gasto sanitario.
Y no importa quién caiga porque sencillamente, sobramos personas en el mundo: Hay demasiados viejos, demasiados niños y, sobre todo, demasiados pobres. Esa es la libertad de la derecha. 
A la izquierda nos corresponde caminar por la senda de la libertad, porque a fin de cuentas, esta crisis, los que la han provocado, los que quieren salir indemnes, sólo buscan eliminar la libertad, la democracia. Y ya.