miércoles, 7 de marzo de 2012

Peatonalización del Albayzín


Nunca una zona patrimonial recibe con aplausos la peatonalización. Es una acción que no convence a nadie de primeras. Posteriormente, sí. Ocurrió con la peatonalización de algunas calles del centro de la ciudad de Granada hace ya algunos años: los comerciantes y los residentes, la población en general también, pues tenía la cultura de llegar al centro en coche, se adaptó a la nueva situación poco a poco.

Los beneficios, en parte y con el paso del tiempo, son mayores que los perjuicios. Claro que se ponen en marcha soluciones que impiden mejorar la movilidad, como la instalación de parking en el centro o que todo el tráfico de autobuses discurra por Avenida Constitución, Gran Vía, Reyes Católicos y Fuente de las Batallas. Esto supone que la búsqueda de soluciones más globales sean hoy difíciles y, de seguro, cuando se propongan alternativas el debate será encarnizado como suele suceder en Granada.

Pero el Albayzín es diferente. El barrio tiene una especial orografía, lo que le convierte en un casco histórico singular y, por tanto, las medidas peatonales deben tener en cuenta dicha singularidad. Primero porque la pérdida de población es constante, segundo porque no existen medidas fiscales, técnicas, culturales…, que favorezcan la llegada de nuevos residentes con un poder adquisitivo medio-alto que permita la adquisición de un inmueble y su rehabilitación junto con iniciativas públicas que intervengan en el mantenimiento de la población más indefensa, normalmente personas mayores que viven en régimen de alquiler. Esta pérdida de población conlleva la pérdida de comercio y la ausencia de equipamientos y espacios públicos que fomenten la cohesión social. A todo ello se une la cortedad de miras del actual Equipo de Gobierno del PP, ya que favorece el desarrollo de actividades económicas casi con carácter exclusivo para hoteles.

El turista acude a los lugares para ver piedras, para contemplar la Alhambra, pero también para vivir las piedras en simbiosis con sus habitantes. De modo que sin población, sencillamente, el turismo dispondrá de camas hoteleras a mogollón, pero decidirá no acudir una segunda vez si es que decide venir a un espacio muerto.

Por eso la peatonalización de la Carrera del Darro, que es deseable, ha generado tanta polémica entre los residentes, entre los taxistas, entre los entendidos en asuntos patrimoniales, etc., con el Ayuntamiento y las asociaciones de vecinos que han apoyado este plan improvisado de nuestro alcalde del PP, Torres Hurtado.

Y las polémicas surgen cuando no se piensa en los residentes, cuando imponemos una imagen idílica desde fuera de un barrio eterno a conservar. Para que se me entienda, esto supone la expulsión sin más de los residentes, y no por cuestiones religiosas, como se vistió la cosa hace siglos, pero sí políticas, como casi siempre suele suceder.

¿Qué hay detrás de esta peatonalización?

Un ascensor, un pedazo de ascensor como la copa de un pino.

Una visión mercantilista de un barrio histórico. Sin más.

viernes, 2 de marzo de 2012

Sándor Márai y la decadencia


A veces necesito pasar a otra cosa aunque sea por unas horas. La campaña electoral, el activismo en el Ayuntamiento, el mundo que parece caerse, las reformas laborales para crear nuevos parados, y un largo etcétera de causas, necesitan también de un breve distanciamiento.

El mundo europeo, la civilización europea forjada con las revoluciones burguesas y el humanismo, encontró, como en otros puntos del esta vieja Europa, hombres y mujeres de talento. Ahí encuentro a Sándor Márai, un novelista burgués, humanista, amante de la libertad y, por tanto, alejado del nazismo y del comunismo bolchevique. Nacido en Hungría, me recuerda a nuestro Manuel Chaves Nogales.

Acabo de terminar su autobiografía, Confesiones de un burgués, editadas por Salamandra.

He tardado algo así como un año en leerlo. Por una u otra razón siempre encontraba un libro más apetitoso. Así que lo abandonaba visible pero arrinconado.

No podía entender por qué cada página me resultaba tan brillante, tan bien escrita. La pulcritud de la palabra cuando esa palabra es precisa. Ahí radica su belleza.

Pero hay más. Está el recuerdo. El recuerdo de cada página, de los ambientes descritos, de la decadencia de una clase política infectada por el totalitarismo, de una clase social, la burguesía, envuelta en la putrefacción, el sexo descarnado, la droga como un escape a dicha decadencia, el despilfarro desenfrenado...

Y daba igual que la lectura se demorara varios meses. Abría el libro y con la primera línea recordaba perfectamente en dónde me había quedado. Es decir, un poder para evocar maravilloso.

Creo que en el fondo he sentido este tiempo un gran desprecio ante tanta decadencia. La necesidad de huir de ese libro, de verdades que te hacen daño, de reflexiones que, día a día, estamos viviendo.

Cuando todo está perdido, tenemos dos opciones, sólo dos, tirarnos en brazos de quien nos quiere salvar, como los nazis en el momento histórico del autor cuando se siente que no tenemos remedio, o bien, apostar por la actitud cívica, por la responsabilidad, por el arte, por el cultivo intelectual y por la libertad.

Es un libro más que recomendable, la verdad.