sábado, 6 de junio de 2009

Pleno municipal en Granada: una experiencia inolvidable

Miguel Ángel Madrid

No sé si a ustedes les habrá pasado, pero hay gente que siempre es vieja. Uno no ve en esas personas una evolución, el pasar de los años. No hay primaveras y lo mismo da que sea el día del Apóstol Santiago que el día de su cumpleaños. Lo dicho, personas viejas. Eso le pasaba a Paco viejo. Así lo nombrábamos en casa, todo de corrido. Paco viejo siempre nos enseñó que, aparte de que él mandaba, había que ser ante todo una persona formal. De igual forma, y perdón por la redundancia, nuestra vida debía ser formal.


Él era un rojo formal, de vida formal. Sin embargo, conoció la pasión, y por eso lo recuerdo, pese a las formas. Recuerdo, de niño, mientras jugaba en la calle, cómo se adueñaba del espacio camino de mi casa, cómo encendía su cigarro negro sin importarle el cenicero porque en esos momentos me sostenía entre sus piernas. Desde entonces, de tanto mirar a Paco viejo, siempre distinguí el aura que envuelve a las personas. Hablaba conmigo como si fuese un adulto, cosa que, por aquel entonces, nadie hacía. Y, claro, recuerdo sus palabras como si las tuviese grabadas a fuego: Camina y cuida las formas, entrégate en todo lo que hagas porque si no, no habrá merecido la pena vivir. En el fondo, su formalidad era una informalidad que escondía su temperamento.

El último día que lo tuve delante lo acompañé hasta la parada del autobús. Cuando llegamos, me cogió en alto y sentí su aliento añoso. No te equivoques, que no pase el invierno y, al final, llegues a la conclusión de que te equivocaste. Entrégate aunque ahora no entiendas, mantén la entrega de hoy cuando ya nadie pueda sostenerte en brazos.

El pasado día 29 de mayo viví el pleno municipal del ayuntamiento de Granada. Presidido por Torres Hurtado, mientras se pasaba uno tras otro por todos y cada uno de los más de 60 puntos del orden del día, pensé en Paco viejo; se me vino a la mente como llega siempre, cuando la formalidad intenta aterrizar en mi vida.

Fue un pleno lleno de formalidad. Con cada moción de la oposición, el debate formal y la votación formal. Dieciséis aplastantes manos alzadas frente a once tímidas manos. Formalidad y nada más que formalidad.

Cada uno pasa el tiempo como puede, así que yo hice flash-back y me situé en las piernas de Paco viejo. Volví a oler su cigarro áspero, a enredar mis pequeños dedos entre los suyos poderosos y contemplé su piel arrugada por sus años siempre viejos. Paco viejo hubiese pedido la palabra y con una formalidad solemne hubiese dicho que la formalidad no es más que una informalidad, pero que allí sobraba horchata y faltaba brío, pasión, músculo, vísceras.

La democracia a que nos quiere abocar el sistema no es un ejercicio formal, sino comunicación, interacción, participación, conciencia, responsabilidad, un viaje al centro de la Tierra, coño. No me extraña que no haya público en la sala. Son sesiones soporíferas que el gobierno del PP se preocupa mucho mantener. La estrategia del PP es que el alcalde pase de puntillas por los problemas de la ciudad. Si hay que arrearle a la Junta, que el alcalde se presente como el defensor de los granadinos. Lo demás, que aparezca el alcalde cuando los problemas estén en vía de solución o bendiga a los rocieros en su camino al Rocío. Y en el pleno, chitón, sólo un moderador estilo 59 segundos. Es lícito, no lo voy a negar, pero es insoportable tanta formalidad, tan poco fondo. En el fondo, y perdón, con tanta formalidad nos convierte en ciudadanos estúpidos, en ciudadanos ajenos a lo que acontece en la vida de la ciudad. Tanta formalidad nos convierte en ciudadanos estúpidos sin musculatura cívica alguna, sin entrega por los asuntos públicos, que no es otra cosa que nuestra vida, incluida la individual por si alguien sólo quiere vivir mirándose el ombligo del trasero.



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