La prima segunda de mi padre por vía materna, la prima Gumersinda, adoraba las fiestas del barrio de La Chana. Era el único momento del año en que le compraba a su marido unas buenas botellas de vino de forma que, con la cogorza, pudiese dormir una larga siesta y la dejase tranquila mientras ella se colocaba una rosa en el pelo y recorría el barrio con su mantón de Manila sobre los hombros. El resto de los meses su marido se atiborraba en El Gallo con palo cortado a dos duros el vasillo, pero no había forma de tumbarlo y para la prima Gumersindo era imposible hallar una vía de escape ya que a duras penas llegaba a fin de mes porque eran siete en casa. De modo que con una vela a dios y otra al diablo, como ella confesaba, juntaba peseta tras peseta la calderilla suficiente para tumbar a su marido a base de vino caro durante tres tardes de primeros de septiembre. Todavía la recuerdo, lozana, con las lágrimas en los ojos repitiendo un dicho que ha permanecido en mi memoria: Para mi marido sólo hay dos tipos de vinos, el bueno y el que es mejor.
El viernes la chiquillería despertaba a ritmo de banda y cohetes y con pantalón corto, camiseta y playeras, nos dirigíamos a ver cómo se montaban los columpios. Por la tarde, después del llanto para conseguir que tus padres te dieran una vuelta a ver lo que pillabas, podías disfrutar de las cucañas. El resto de los días, con la ilusión de crecer y aspirar a conducir un coche de choque, los pasabas de actividad deportiva en actividad lúdica: cine para todos, futbito, carrera popular, talleres...
Como se sabe la memoria es selectiva, pero yo recuerdo a la gente del barrio en la calle, las camisas a cuadros de los hombres y los vestidos floridos de las mujeres a la busca de jolgorio en la plaza durante el flamenco, acompañando la orquesta a ritmo de pasodoble hasta bien entrada la noche. Sin duda, las personas que dirigieron durante aquellos años la asociación de vecinos, consiguieron ofrecer lo que la gente necesitaba. En un barrio como La Chana, lleno de emigrantes que llegaban del campo, las fiestas eran parecidas en su contenido a las de su pueblo. Sin embargo, a día de hoy, en muchos pueblos de La Alpujarra, las fiestas, además de la orquesta y de los juegos infantiles tradicionales, ponen en valor alternativas que tienen que ver con la gastronomía, con la memoria en el sentido antropológico, la iniciativa turística o empresarial. Es decir, las fiestas de barrio han tomado una dimensión nueva entre la tradición y la mirada puesta en el futuro a base de dosis de imaginación.
No obstante, en Granada, las fiestas de barrio han caído en un letargo pese a que se mantienen por el esfuerzo de unas cuantas asociaciones. El Ayuntamiento ofrece un dinero siempre escaso que, en el caso de La Chana, se agrava por carecer de un espacio definido, y allá usted se las apañe. Por parte del PP no hay voluntad de impulsar estas fiestas. Desde alcaldía se ponen en contacto con las asociaciones de vecinos y solicitan pregonar las fiestas. Luego acuden en manada a la inauguración, tapean con los dirigentes vecinales y hasta el año que viene. Por el camino se ha perdido toda una historia de trabajo desde los principios de la educación y la cultura popular, rica y potente en nuestra tierra. Al mismo tiempo, hemos perdido la posibilidad de trabajar de forma coordinada entre los diferentes colectivos que forman parte de los barrios. En La Chana, hasta no hace muchos años, las fiestas las coordinaba la asociación de vecinos pero siempre había un grupo de jóvenes, de mujeres, de mayores, de padres, de comerciantes que se implicaban en su organización. No es sólo un problema de calidad, sino también de tensión y de participación e implicación. El PSOE ha vuelto este año a poner una caseta en La Chana. Recupera de esa forma un punto más de presencia, pero al PSOE le toca implicarse con la asociación de vecinos para lograr unas fiestas de barrio que, desde el respeto a todos estos años, halle nuevos horizontes y ponga en valor todo lo bueno que nuestros barrios tienen.