Miguel Ángel Madrid
La derecha nunca ha creído en las reglas del juego democráticas. El mercado libre ha sido un credo basado en la concentración de capital, en el monopolio oligárquico. Así que el pastel ha sido, cada vez más, para unos pocos y la redistribución de la riqueza una entelequia. Hoy, una inmensa mayoría, malvive en un mundo con menos justicia social. Quizá en Occidente hemos probado algo de merengue, pero en el resto del mundo se han aguantado con saber que existía.
Es decir, la derecha, siempre ha creído en la concentración de todos los recursos en manos de unos pocos, salvo si hay pérdidas. En ese caso, piden su nacionalización, como bien demuestra esta crisis con las ayudas públicas, -con el dinero de nuestros impuestos-, que los gobiernos de todo el mundo están insuflando al sistema financiero global. Solamente, pues, en casos extremos y para salvaguardar su interés, la derecha apela a las reglas del juego y recurre a los valores democráticos.
Esta forma de desenvolverse en el mundo, la derecha lo ha aplicado sin complejos en el campo de los servicios públicos, la moral, la ética y la estética, bien desde una perspectiva internacional, nacional o local. Ese esquema del todo vale se ha hecho también tomando la calle, como espacio en el que la izquierda peleó por muchas de las conquistas sociales que hoy tenemos, en Occidente.
En España, la derecha también aprendió, y como otras derechas, no persiguió el bien común, sino el debilitamiento de las reglas del juego democráticas, utilizando las armas de la democracia aunque resulte paradójico. Sólo hay que echar un vistazo: En la anterior legislatura la jerarquía eclesiástica movilizaba a su base social contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía impulsada por Zapatero y aprobada por el Parlamento, o la reciente manifestación del PP en Andalucía con el eufemístico y vicioso eslogan, “A favor del empleo”, como si pudiese existir un partido en contra del mismo.
Desde lo local, la derecha, diseñó también la estrategia del debilitamiento cívico. Había que trabajarse los movimientos ciudadanos. Trabajarse, digo. Movimientos ciudadanos que, por definición, tenían como poco un tinte progresista, reivindicativo, comunitario.
En España, de nuevo, fruto de 40 años de larga dictadura, dichos movimientos ciudadanos de base, fueron impulsados por personas de izquierda, unas independientes, otras vinculados a partidos políticos o movimientos de base cristiana más cercanos a la noción de eclesia que de Iglesia. Sea como fuere, estos colectivos realizaron un papel, durante la transición, muy importante para el desarrollo democrático de nuestro país. Fueron, en la mayoría de los casos, verdaderas escuelas de democracia: Se reivindicaban servicios básicos para los barrios de la misma forma que se organizaban talleres de alfabetización.
Muchos de sus líderes, como era natural, se vincularon formalmente con partidos políticos de izquierda. A partir de aquí, toda vez que la nueva administración tomaba protagonismo en la solución de los problemas de la gente, llegó una cierta decadencia, sobre todo del movimiento vecinal y, en general, a día de hoy, es un movimiento afectado por una escasa participación y por la simple reivindicación de servicios, en la mayoría de las ocasiones relacionados con el mantenimiento: jardines, asfaltado, equipamientos, etc.
A ello contribuyó también que la administración y, por tanto, los partidos políticos de gobierno, bien de izquierda, bien de derecha, instrumentalizaron dicho movimiento social, especialmente el vecinal, ya que conservaba, y a día de hoy conserva, cierto predicamento en los medios de comunicación locales.
Pero la izquierda, sobre todo cuando pasa a la oposición, reflexiona, se recompone, reajusta, dialoga y vuelve a la calle. Aprende de sus errores porque le obliga su ética, la fe en la gente. Entonces pone en marcha los presupuestos participativos, impulsa la cogestión cívica y la planificación estratégica, hace el presente soñando el futuro. Y donde no lo hace, se perpetúa en la oposición, en España y en Pernambuco.
La derecha, en cambio, copia modelos de acción de la izquierda con una base ética utilitaria, ya que a la derecha le mueven los fines, el todo vale: El fin es gobernar, y si hay que depurar censos de asociaciones de vecinos, pues se depuran. Así, nos merendamos, pasmados, que cargos del PP de Granada, lo mismo votan en las elecciones vecinales del Realejo, que en las de Sagrario-Centro, que en las del Albaicín. Lo importante es acallar voces críticas, silenciar a la ciudadanía, desentonarla, comprar voluntades, extender el clientelismo que, no olvidemos, es un constructo cultural, no un hecho natural y, por tanto, la gente de izquierda tenemos que desnaturalizarlo desde nuestras prácticas.
El fin, perpetuarse en el poder, controlando a los vecinos, justifica cualquier medio para el PP y para el Alcalde de ese partido, Torres Hurtado.Pero, en Granada, estoy seguro, la gente de bien empieza a descubrir que el todo vale del Alcalde es una estrategia de beneficio personal, de beneficio para los suyos. Ahí nace el cambio. Yo quiero olerlo.
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1 comentario:
Excelente comentario. Como de costumbre.
Saludos.
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