Llevo
varios días intentando escribir esta entrada en el blog. Por un lado, la demora
era culpa mía; conocía el título pero, por otro lado, las palabras no fluían.
Sería
el año 97, tal vez un poco antes, cuando recibí la última carta en mi buzón de
una persona que me quería. Sí, era la carta de una compañera de clase
preocupada por lo que me depararía el futuro después de terminar la carrera.
Recuerdo
que, al acabar de leerla, sentí vértigo, un desafecto hacia el futuro. Una especie de
queja, algo parecido a qué va a ser de mí. Me dispuse a contestarle. Entonces
esperaba a la noche, preparaba el bolígrafo perfecto, el papel limpio. Al ir
construyendo frases, tuve que pararme porque su preocupación volteó hacia un
qué va a ser de ti. Al final, la carta, un patético qué va ser de
nosotros.
Y
todo porque llegó el correo electrónico a nuestras casas. El buzón ya era otro.
Al principio no tuve conciencia de que, en muchas ocasiones, el intercambio era
epistolar. Solamente, cuando apareció, o mejor dicho busqué, a un viejo
maestro, un nuevo amigo, cobró cuerpo ese intercambio.
El
teclado me llevaba en la cuenta de mis andanzas, de mi vivir cotidiano, de mi
sentir diario, de mis lecturas, de sus recomendaciones (Epístolas morales a
Lucilio), de mis intuiciones (Montaigne, Jorge Manrique), de cine (Matar a un
ruiseñor)…
Así
lo recogió el maestro en los agradecimientos de uno de sus libros. Y habló de
las reflexiones que, cual epístolas, habíamos escrito a través del correo
electrónico.
Guardo
sus correos, guardo sus palabras como guardé algunas de las cartas que antes
llegaban a mi buzón: con un entusiasmo recogido, privado. Esos correos me
pertenecen como me pertenecía el papel de mis amigos, de antiguos amores.
Así
que estoy dispuesto para retomar estas relaciones. Estoy decidido.
Me
acercaré al correo y te buscaré para recrearnos en las palabras, para que me
digas quién soy a través de tus respuestas, para decirte lo que siento a través
de tus dudas. Sobre todo para ser libres y no engañarnos, salvo que te sumerjas
en la ficción y me mientas adorablemente, salvo que la ironía sea una punzada
que me mantenga vivo.
Invéntate
para que pueda inventarme y llamar a las cosas por su verdadero nombre. Invítame
a dejar atrás la verdad de las verdades que no sirven, que se convierten en
dogmas.
2 comentarios:
Esa forma de escribir,,pones el corazón en el puño que escribe y le empujas con el alma.En un mundo de palabras vacias es como encontrar agua en mitad del desierto. Un abrazo.
Cuca.
No sé quién será el poeta, si yo al empujar con el alma, si tú al escribir como escribes. Te quiero Cuca. Otro abrazo
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