Mi tía Enriqueta decía que esta ciudad estaba habitada por la leyenda; recorrida, perseguida por la leyenda y que no nos podríamos librar de esta maldición a causa del viento. Yo le replicaba que no era cierto porque en Granada el viento aparece pocas veces al año, pero la jodía insistía mordaz: Pareces tonto niño; por eso mismo, porque aparece pocas veces, no se limpian las cabezas. Yo intentaba defenderme e intentaba, como se dice vulgarmente, rizar el rizo, pero la tía Enriqueta se hacía la señal de cremallera en su boca y a mí comenzaba a darme pánico el ruido de los pelos de su bigote en fricción con sus dedos ásperos, de lija.
Para mi tía Enriqueta, la jodía, el problema de la falta de viento suponía una asfixia porque no nos llegaba el viento europeo ni latinoamericano, es decir, Granada era poco menos que un páramo terrible. Si estuviese viva, la tía Enriqueta no aprobaría los sesudos argumentos de sesudas personas que declaran que los males de la Unión Europea recaen en los euroescépticos, los neoliberales, el idearium nacionalista o la pérdida de rumbo de la izquierda europea. Nada, para ella sería la falta de viento. Un problema de leyenda. Una leyenda alimentada por el genial Saramago en su libro La balsa de piedra. Como saben, la península ibérica, en su libro, se desgaja, -por los Pirineos-, de Europa y se deja llevar por la voluntad de las olas lunares que, para alegría de la tía Enriqueta si hubiese leído el libro, nos acercaba a Latinoamérica. Por mi parte, pese a las collejas dialécticas y físicas de la tía Enriqueta, creo que la solución a una parte de éste fatal destino se halla en la simbiosis. A falta de viento, buenas son simbiosis.
Pero el PP no entiende de simbiosis. Por eso le cuesta trabajo concebir una política urbana y sostenible en el Albaicín, creer en la rehabilitación como motor de transformación física y social y, como siempre, cae en el populismo localista. Para combatir tal falta de entendimiento, necesitamos más Europa y más Latinoamérica. Por un lado, Europa ha ofrecido fondos a esta ciudad para desarrollar una política urbana seria en nuestro casco histórico, pero esos proyectos siempre carecieron de una concepción cultural, simbólica, social, cívica que, si queremos aprender de una vez, nos obliga a mirar a Latinoamérica.
Siendo edil de urbanismo, D. Miguel Valle, dejó encajonados los fondos del Programa Elvira-Gomérez. Se ve que entonces no le interesaba el Albaicín. Ahora sí, ahora es Gerente de la Fundación Albaicín y, entre otras nobles gestiones de servicio a su partido, algunos vecinos me cuentan, y no sé si será verdad, que se ha metido de lleno en la conformación de la candidatura de la asociación de vecinos. Así le va al Albaicín como problema.
Tuvo que ser un gobierno municipal de signo progresista, con Moratalla de alcalde, el que reactivara el Programa que les menciono, preparara el Programa de Actuación del actual Área de Rehabilitación Concertada del Albaicín y consiguiera los fondos Urban. La integralidad de un proyecto serio para el barrio parecía acercarse. Al final, llegó Torres Hurtado y, para castigar a los vecinos, cambió los límites de la ayuda Urban para que no coincidieran estas ayudas europeas que tenían un carácter ambiental (fachada y cubiertas), con las de la Oficina de Rehabilitación del Albaicín que gestionaba programas de rehabilitación integral, con política de alquiler incluida a precio protegido y para albaicineros con rentas bajas. Hubiese sido, como he dicho, un complemente perfecto, pero el PP apostó por gastar estos fondos obviando un proyecto de verdad para el Albaicín donde, al modo latino, además de preocuparse por la recuperación física, apostara por la transformación social, por los valores comunitarios, por la participación ciudadana.
Mi tía Enriqueta, la jodía, tenía razón, esta ciudad no tiene remedio, y por eso una buena amiga mía, no hace más que resoplar, a ver si así empujamos entre todas y todos y el viento nos hace cambiar de dirección y mirar al norte y al suralterno.
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