
Mi protagonista de hoy ha vivido siempre en crisis.
Desde que nació hace 52 años, Natalia, que así se
llama, no dejó atrás el mundo rural, agobiada por la
situación económica y la falta de futuro. No arribó a un barrio obrero forjado a través de la lucha vecinal en busca de equipamientos básicos: Una escuela, el asfaltado de calles, un consultorio. No, Natalia, ha vivido siempre en el centro de la ciudad, en la misma vivienda donde vivieron sus padres y en la que ella hoy habita, por decirlo de alguna forma, porque las palabras no siempre reflejan la realidad que queremos transmitir y son necesarias más palabras y uno nunca tiene la seguridad de si más palabras añaden. Porque si su vivienda es una vivienda, eso no debería ser una vivienda. Si habita en ella, la palabra habitar no debería remitirnos a la idea de un lugar para el cobijo, un lugar seguro, un lugar para el desarrollo de la vida familiar.
Diez personas, más ella, se refugian en esa guarida, temerosas de que el techo se les caiga encima. Y así, no hay seguridad que valga. Pese a todo, temen quedarse en la calle.
Diez personas, más ella, se refugian en esa guarida, temerosas de que el techo se les caiga encima. Y así, no hay seguridad que valga. Pese a todo, temen quedarse en la calle.

Natalia, espera como el propietario espera pacientemente que la vivienda sea declarada en ruina. Natalia, dice que ojalá se le caiga encima la casa. Luego ríe y los ojos se le inundan pero ella no llora. Es dura y fuerte, y frágil e inteligente. El propietario confía en el sistema, la crisis remontará y este país volverá al ladrillo más pronto que tarde. Vendrán a mí las promotoras.
Yo me siento en la Plaza de las Pasiegas, cerca de la vivienda de Natalia, y pienso en la persona que quiso que la conociera. Se lo agradezco porque he conocido a una luchadora. Sólo he descrito cómo vive, pero me guardo para mí todo lo demás.
El alcalde discute del metro, controla a las asociaciones de vecinos, se pasea por las cofradías y ensalza los valores de esta ciudad que él se empeña en que se mire el ombligo. La Gerencia de Urbanismo diseña la ciudad, pero el centro histórico de Granada carece de un proyecto serio que oriente sus pasos. Un centro histórico es más que la Catedral, más que Bib-rambla y la C/ Mesones. Natalia, no es la imagen de esta ciudad, ni mucho menos, aunque no es menos cierto que ella es también esta ciudad, y un reflejo de las consecuencias del dejar hacer del alcalde en esta parte de la ciudad.
Sin embargo, pese a las críticas y las reticencias, pese a las resistencias numantinas, en el Albaicín, la Junta de Andalucía, colaborando con los propietarios y los inquilinos, y con los impuestos de todos los andaluces, está protegiendo la vida del barrio, el verdadero patrimonio del barrio, donde, además de la piedra, habita su personalidad, el ser y el sentir, gente como Natalia que tiene un referente, un lugar donde dirigir sus inseguridades en el tema de vivienda, donde quizá un propietario se niegue a aceptar las ayudas de la Junta de Andalucía, es cierto, pero no es menos cierto que si la Inspección Técnica de Edificios, si el PP creyera en la política, debería ser un instrumento al servicio del cumplimiento de la obligación de conservación que cada propietario tiene, con
