No quiero saber nada de ustedes, no me interesan sus consignas, sus luchas, nada, sólo lo humano, sólo la posibilidad de sobrevivir. La bondad y la ternura. Tal vez el derrumbre de mi país, la Suecia de Sudamérica, la decadencia de Occidente, -nosotros tan salvajes-. No sé, pídanle cuentas a Vargas Llosa y a su Viaje a la ficción. En ese ensayo habla de mí. Me encumbra por no tener ideas políticas. Él que tiene la única y verdadera. ¿Pero quién puede desasirse de lo que ocurre cada mañana, de lo que uno lee en los diarios? Sobre todo cuando es uno quien escribe en el diario. Entonces uno le da vueltas a la realidad, a las inmundicias, a la condición humana en suma. Y no, no me gustan las personas que escriben. Como esos pelotudos que se levantan antes de la amanecida para inventar sus historias, pensando en la gloria. Luego, a mediodía, leen los noticieros, pasean por estancias rupestres, comen atendidos por mujeres serviles. Boludos que, en lugar de estar callados piensan que tienen algo que decir. Y por la tarde, después del té, vuelta a las historias. Los hay también malditos, -¿es así como los llaman?-, ahítos de ideas, de personajes que, finalmente, no nacen. Así caen en la noche, en los tugurios, en compañía de mujeres cansadas del amor, a la busca de bronca, de la muerte.
No
puedo seguir un método. La inspiración es una pavada. No sirve una máquina de
escribir nueva, la mesa ordenada, el silencio, ni siquiera el jazz y mucho
menos Brahms. A mí no me vale nada de eso. ¿A qué viene tanta pregunta? Si no
le importa voy a la cama. Por ahí tiene la puerta. Perdone, si me ofrece un
cigarrillo. En fin, la última pregunta. ¿A quién quiero más?, pues, a mi perra.
No, los escritores de aquí me interesan poco. Faulkner, sólo Faulkner, Cèline,
pocos más. ¿Borges?, no tengo el gusto. No me jodás más, me voy a la cama.
Usted debe entender, no quiero ser descortés con vos, le agradezco la visita.
Pero ahora quiero descansar. Dolly, un whisky, llevámelo a la cama por favor. Ya
no aguanto el vino tinto. Tampoco los cigarrillos.
No,
no volveré al Uruguay. No me gustan las transiciones que no sirven para nada,
donde mandan los de siempre. Aquí en Madrid me siento mejor. Tampoco la
transición española sirve para cambiar nada, pero qué les importa a los
españoles la opinión de un fumador encamado como yo.
No,
no estoy enfermo. Sólo que no tengo cuerpo para salir a la calle. Todo me
provoca pereza. No sé por qué otros pueden permitirse luchar hasta la
extenuación. Así me siento yo, extenuado. Por eso prefiero leer en la cama.
Dolly,
un papel. Bueno no, acabo de encontrar un trozo descarriado acá.
Santa
María. Larsen murió. Pero renace. Díaz Grey es un niño Jesús.
Me
gustan mis primeros cuentos. Casi todos reniegan de ellos, pero usted sabe. Yo
quisiera ser yo con veinte años menos. Mirar de aquella forma, la sensibilidad,
la nostalgia, la prostituta, el pibe que mata para escapar del dolor, del
sinsentido, los parques con música de tango. Ya está bien por hoy. Mañana
escribiré más. Hoy estoy más perezoso que nunca.
Dolly, los cigarrillos, dónde
los pusiste. Novelas policíacas. Gracias a Dios que andás por aquí. Sos la
ternura hecha carne. Creo que moriré esta noche.
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