Paco García, es uno de esos granadinos insólitos que vive la vida como puede. Una mujer va a mandar en los socialistas granadinos, -ha dicho mientras se acercaba con su andar añoso a la puerta después de que pulsara el timbre de su puerta-. Parece que no, -ha continuado al abrir mientras yo esperaba a que me diese permiso para entrar-, pero las cosas cambian. Cambian despacio, pero cambian. Quién iba a decirle a esa buena mujer que iba a ser una mandamás. Pero pasa, coño, pasa y te sientas; no te quedes ahí como un pasmarote. Veo que ya se ha enterado usted, -he acertado decir mientras me sentaba en una silla metálica forrado el asiento con escai granate-. No se escucha otra cosa durante todo el día, -me ha respondido-. En ese momento, la cortesía exige que guarde silencio hasta que, Paco, decida hablar de lo que le apetezca. La cosa pinta mala, ¿sabes, hijo? Arriba ya sabes cómo están las cosas: Se llevan el dinero a espuertas y con ese dinero se compran voluntades, hijo mío; y si ahora un juez no les interesa, pues se lo cargan cuando no hace mucho lo propusieron para el Nobel de la Paz. Eso es precisamente lo que no cambiará nunca muchacho. ¿Y por aquí, cómo ve usted la cosa?, -le he preguntado con intención de acercarlo a mi terreno-. Aquí no pinta mejor la cosa, y menos para vosotros. Tendríais que hablar con todos y cada uno de los que aquí vivimos para que la cosa cambie. Nuevos aires, he escuchado esta mañana en la radio. Nuevos aires para Granada. Está bien el anuncio ese de la radio que habéis hecho. Este alcalde, aunque de eso sabrás tú más que yo, rabia por el poder. Pero dirá que todo es culpa de Zapatero porque la cosa pinta mal para los bolsillos de la gente. Poco importará que todo ese dinero que el ayuntamiento le debe a los bancos sea porque el alcalde ha manejado los dineros como le ha venido en gana. Ellos pueden permitírselo. Vosotros no. Porque vosotros debéis demostrar la honestidad, y ellos volverán blanco lo que es negro. No sé, Paco, lo noto a usted esta mañana un pelín pesimista, -le he dicho con la sonrisa ladeada, como a la defensiva-. Puede ser, hoy no ando bien del todo, a qué engañarse; quizá sea la ciática.
En ese momento, se ha echado mano al bolsillo y ha sacado el paquete de cigarrillos negro. Me ha mirado fijamente con una dureza que, en el fondo, yo quería intuir que estaba cargada de ternura, pero al mismo tiempo, eran ojos escrutadores y desafiantes. Y como no he sabido interpretar, he decidido aguardar y contemplar su fumar tranquilo, reparador, como si el rostro ganase sosiego con cada chupada.
Tened paciencia, eso es lo que puede decir hoy este viejo. Paciencia porque tenéis la razón. Ahora lo importante es hablar con mucha gente y convencerla. No sé si cambiarán las cosas. Algunas no cambiarán, como ya te he dicho, pero fíjate que ahora hay una mandamás en la provincia. Algo querrá decir eso, ¿no? Así que a no desesperar. Ya te digo que la razón está de vuestro lado. A la gente le gustan los aires nuevos. Con ellos parece que se barre todo lo malo, que el viento puede traer una cosa buena. Y vuestros aires son quizá lo único nuevo y bueno que hay por estas calles dejadas de la mano de Dios.
Paco, apura el cigarrillo y, en la última calada, el humo suspendido parece espesarse en el estrecho comedor de su casa. ¿No estás muy hablador hoy?, -me pregunta malévolamente-. No, Paco, ya sabe usted que prefiero escucharle y pensar que todo es posible en Granada, -le contesto cavilando al mismo tiempo, como si rumiase las palabras de este humilde pero inteligente hombre-. ¡Pues, ea, ya está todo dicho muchacho! A la calle que ya es hora, a seguir el camino que ya habéis hecho. Adiós, Paco. Con Dios, hijo mío.
2 comentarios:
¿que dirá Paco cuando se haya enterado que hay otra mujer de mandamás en la Junta de Andalucía?
Pues se lo tendré que preguntar. Yo imagino que le gustará. Estoy seguro. Gracias por el comentario, Ignacio.
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