lunes, 16 de noviembre de 2009

A propósito de Matar a un ruiseñor y de Ettore Scola

El cine siempre me ha servido como un motor para sentir, para impulsar, para crear, sin importarme un rábano el qué dirán. Anoche me empujé para conseguir un arrebato de nostalgia con la película Matar a un ruiseñor. Se estrenó en 1962 y ver al protagonista, Atticus Finch, encarnado por Gregory Peck, un abogado defensor de negros, un abogado que defiende los derechos civiles y que lucha contra la desigualdad, tanto de clase como racial, es un ejercicio poco menos que terapéutico. Además, la narradora de la película, hija del protagonista, cuenta también cómo el transcurrir de la vida, sin más, les llevó a perder la inocencia, pero pese al dolor, pese al peligro, siempre puede existir alguien que esté a tu lado, incluso sin tú saberlo. Y ese alguien, en la película, es un hombre enfermo mental al que el vecindario, incluidos los niños de la película, temen; un temeroso personaje encarnado por un jovencísimo Robert Duvall. La verdad es que hoy tenemos que recurrir al cine independiente para poder encontrar una película como esta, para hallar unas interpretaciones brillantes, para ver una historia humana acerca de los problemas de nuestro tiempo.

Y en estas estaba cuando por la red me encuentro una entrevista que le realizan al director italiano, Ettore Scola. Para nuestra desgracia, ha dejado el cine, pero para mí es importante que gente así siga largando de lo lindo; lindezas como el reto que para él supone el presente: la igualdad. Cierto. Ettore Scola, defiende el presente; y lo defiende porque la nostalgia es una tentación “peligrosa y reaccionaria” que nos impide plantar cara al presente, vivir el presente, pelear por la vida presente, aunque el aquí y ahora sea espantoso, tal y como sucede en estos momentos. Sigue, Scola, charlando pacientemente sobre Berlusconi, sobre una Italia que ya no adora por los valores que se han adueñado de ella, y que no son otros que el dinero, el éxito y las mujeres. Quizá es la esencia de los poderosos hombres populistas de nuestro tiempo, sobre todo en el arco mediterráneo, aunque ese poder dure un año o dure demasiado tiempo. Para Scola, el reverso del fascismo fue la libertad. Sin embargo, los neoconservadores, con ese deseo de apoderarse de todo para dominarlo todo, utilizaron la libertad como una bandera por la que morir y, la izquierda, se olvidó de la igualdad, “de luchar por la igualdad, ni más ni menos”, dice, Scola. La libertad, pues, no halló su reverso.

Para mí, la vuelta a la igualdad debe estar acompañada de un lenguaje nuevo. De lo contrario caeremos en el error de la nostalgia pensando en el comunismo y en el lenguaje que hoy todo el mundo rechaza. Palabras como lucha, combate ideológico, resistencia, son palabras huecas, vacías; tan vacías como la palabra libertad.

Hace falta sentir las palabras que deben acompañarnos hacia la igualdad y la justicia, reconocer que aquí, a mi lado, vive un ecuatoriano y que es mi vecino, allá una familia gitana, un desempleado, ¡un pobre, coño, un pobre! Nuestra tarea es repartir este pastel un poquito mejor, y no si el alcalde ha refunfuñado hoy o ha puesto un cartel de obra tan grande como la fachada del ayuntamiento. Son nuevos tiempos; nuevos tiempos para hacer política, nuevos tiempos para otros aires estéticos y éticos. Yo no sé el camino, pero los tiros van por personajes como Atticus Finch.

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