viernes, 31 de agosto de 2012

Onetti, fumador encamado


No quiero saber nada de ustedes, no me interesan sus consignas, sus luchas, nada, sólo lo humano, sólo la posibilidad de sobrevivir. La bondad y la ternura. Tal vez el derrumbre de mi país, la Suecia de Sudamérica, la decadencia de Occidente, -nosotros tan salvajes-. No sé, pídanle cuentas a Vargas Llosa y a su Viaje a la ficción. En ese ensayo habla de mí. Me encumbra por no tener ideas políticas. Él que tiene la única y verdadera. ¿Pero quién puede desasirse de lo que ocurre cada mañana, de lo que uno lee en los diarios? Sobre todo cuando es uno quien escribe en el diario. Entonces uno le da vueltas a la realidad, a las inmundicias, a la condición humana en suma. Y no, no me gustan las personas que escriben. Como esos pelotudos que se levantan antes de la amanecida para inventar sus historias, pensando en la gloria. Luego, a mediodía, leen los noticieros, pasean por estancias rupestres, comen atendidos por mujeres serviles. Boludos que, en lugar de estar callados piensan que tienen algo que decir. Y por la tarde, después del té, vuelta a las historias. Los hay también malditos, -¿es así como los llaman?-, ahítos de ideas, de personajes que, finalmente, no nacen. Así caen en la noche, en los tugurios, en compañía de mujeres cansadas del amor, a la busca de bronca, de la muerte.
No puedo seguir un método. La inspiración es una pavada. No sirve una máquina de escribir nueva, la mesa ordenada, el silencio, ni siquiera el jazz y mucho menos Brahms. A mí no me vale nada de eso. ¿A qué viene tanta pregunta? Si no le importa voy a la cama. Por ahí tiene la puerta. Perdone, si me ofrece un cigarrillo. En fin, la última pregunta. ¿A quién quiero más?, pues, a mi perra. No, los escritores de aquí me interesan poco. Faulkner, sólo Faulkner, Cèline, pocos más. ¿Borges?, no tengo el gusto. No me jodás más, me voy a la cama. Usted debe entender, no quiero ser descortés con vos, le agradezco la visita. Pero ahora quiero descansar. Dolly, un whisky, llevámelo a la cama por favor. Ya no aguanto el vino tinto. Tampoco los cigarrillos.
No, no volveré al Uruguay. No me gustan las transiciones que no sirven para nada, donde mandan los de siempre. Aquí en Madrid me siento mejor. Tampoco la transición española sirve para cambiar nada, pero qué les importa a los españoles la opinión de un fumador encamado como yo.
No, no estoy enfermo. Sólo que no tengo cuerpo para salir a la calle. Todo me provoca pereza. No sé por qué otros pueden permitirse luchar hasta la extenuación. Así me siento yo, extenuado. Por eso prefiero leer en la cama.
Dolly, un papel. Bueno no, acabo de encontrar un trozo descarriado acá.
Santa María. Larsen murió. Pero renace. Díaz Grey es un niño Jesús.
Me gustan mis primeros cuentos. Casi todos reniegan de ellos, pero usted sabe. Yo quisiera ser yo con veinte años menos. Mirar de aquella forma, la sensibilidad, la nostalgia, la prostituta, el pibe que mata para escapar del dolor, del sinsentido, los parques con música de tango. Ya está bien por hoy. Mañana escribiré más. Hoy estoy más perezoso que nunca. 
Dolly, los cigarrillos, dónde los pusiste. Novelas policíacas. Gracias a Dios que andás por aquí. Sos la ternura hecha carne. Creo que moriré esta noche.

jueves, 16 de agosto de 2012

Honradez y honestidad


Se acaban las vacaciones para quien escribe. Han sido pocos días pero intensos. Mis amigos son más amigos. Al menos esa es la conciencia que tengo. No he abierto un periódico, no he visto los telediarios. Me han acompañado los libros, la música, unos días de mar, otros de montaña, los más disfrutando de mi casa, de mi pueblo.
Días intensos de final de carrera. Días intensos en mi sofá en los que uno termina por comprender que la vida es algo más que esa carrera. En los que he pedido ayuda ante el óxido de los horarios totales, y un poco más, y un poco más. Días intensos frente al mar consciente de que mi vida es un riachuelo. Un riachuelo que siempre he contemplado, desde que era un crío, sin que nunca fuese la misma agua.
Días intensos donde me he quedado absorto en el vacío de la soledad, con mi pequeñez.
No soy un privilegiado, no he dejado de tener conciencia. Me duele el hambre, la pobreza. Tanto como me duele la avaricia. Me duele el responsable público que sólo aspira a ostentar el poder como el ciudadano inmaduro que se cree a salvo de todo mal. Me duele el impúdico y quien en su interior no se reconoce.
Tal vez el remedio para la crisis, más allá de las grandes decisiones que ya sabemos que no les corresponden a los mercados y sí a los gobernantes elegidos por la ciudadanía, sea no sólo ser honrados sino también honestos. 

Como ciudadanos nos dejamos engañar por el derroche. En todo este tiempo, la mayoría, la inmensa mayoría, no dejamos de ser honrados. Compramos viviendas con nuestro salario, acudimos al banco a por un préstamo para pagar la comunión de un hijo y, en esa abundancia, compramos cosas, incluso servicios espirituales porque las cosas no servían siempre (yoga, Tai Chi...). Fuimos honrados pero no siempre fuimos honestos. Y claro, los responsables públicos, los partidos, los sindicatos, (la Iglesia siempre a lo suyo y dejándola hacer), fueron honrados en su mayoría, pero tampoco fueron honestos. Se crearon mil servicios, mil ayudas, y se olvidaron de que fuesen sostenibles, de que hay algunas que son fundamentales, como la educación, la sanidad, la protección social, y otras prescindibles, porque también había que ahorrar ya que se trataba del dinero de todos. Pero sobre todo, se olvidaron de hacer pedagogía cívica.
La mayoría de ciudadanos fuimos honrados pero no honestos para analizar la realidad, para saber que la ciudadanía se ejerce y hay que saber, conocer, exigir, no sólo bienestar y cosas, también honestidad.
Así que para mí, independientemente de lo que marca la estación, el verano acaba. Mi vida se parece demasiado a los sueños de otros mientras el río discurre.
El lunes volveré a los expedientes de urbanismo, a ejercer la responsabilidad que treinta y tantos mil granadinos me otorgaron durante cuatro años: El control de la acción de quien gobierna. Eso toca sin dejar de vivir, contento por el camino que, como persona, he recorrido y, sobre todo, por lo que me quede por recorrer.