miércoles, 2 de febrero de 2011

La gente


La vida ha cambiado tanto que, a estas alturas, puedes encontrarte a un rockero votante del PP que canta a las drogas pero que, en su vida diaria, si rige por principios de orden. Rockero de noche, hombre pulcro de día pese a la melena.

En otras ocasiones, te encuentras con un aparente meapilas que lleva el pelo engominado y la ropa de marca y resulta que está a favor del aborto o de la adopción de niños por parejas homosexuales.

Es decir, que esto parece que ha cambiado.

En lo que no parece que ha cambiado tanto la cosa es en cuanto a la pobreza. Ahí el peso de Occidente sigue siendo paternalista y, en el peor de los casos, se muestra desprecio sin más.

La gente pobre aburre. Es aburridísima. Es soez, es cutre y carece de conversación interesante. Es gente desinformada que pide por la boca, que piensa que todos los políticos son iguales.

Si ya pensamos en la gente que vive en entornos marginales, entonces lo que sentimos es miedo directamente y un alto y claro: no tienen remedio. Lo que ocurre es que lo políticamente correcto nos coarta y no lo decimos a voz en grito, pero lo pensamos y lo susurramos con quienes tenemos confianza.

Resulta interesante, por irreverente, la lectura del psicólogo social, Pinker. Su neonaturalismo no es, en ocasiones, de fácil digestión. Aborrece las teorías marxistas, aunque es evolucionista y utiliza a Marx a su antojo sin nombrarlo, y también es cauto con la sociología moderna. Rastrea en la antropología, en la observación de la cultura con el fin de hacer teoría psicológica social y, bueno, no hay que tomarlo al pie de la letra. Pero ya digo, algunas cosas son más que interesantes.

Por ejemplo, cuando habla de la pobreza, de la gente pobre, esa gente soez y sin criterio, a mí me recuerda a algunos poemas de Mario Benedetti, como el de la luna deslunada cuando de lo que se trata es de darle al amor entre las sábanas. En resumen, para Pinker, la gente pobre tiene una forma de dirigir su vida que, en no pocas ocasiones, saca el mayor de los partidos a las cosas de la vida: la comida, una borrachera, una revolcada para desquitarse del hartazgo ante el duro trabajo. Se permite, a veces, vivir como en carnaval, -no sólo en febrero-, sin complejos. Ciertamente, la pobreza genera otros complejos, pero Pinker se aleja del psicoanálisis.

Lo que sí establece, desde un punto de vista antropológico, es el comportamiento de la clase dirigente con respecto a la pobreza. Está tan lejos de la gente pobre, o mejor, está la gente pobre tan alejados de sus casas de lujo, de su cotidianidad, que no tiene empacho en emular las actitudes soeces. Incluso puede la gente pobre marcar una tendencia, una moda en su vestimenta y dicha clase dirigente, sus jóvenes, por ejemplo, emularla, contribuyendo a la estandarización de gustos o estilos musicales que nacieron de la gente pobre.

En Estados Unidos, la moda por bailes netamente populares que no eran de salón, nacieron de centros asistenciales para mayores que se encontraban ubicados en lugares donde la pobreza era la norma. La clase dirigente los hizo suyos sin el menor rubor. Se apropió de esos bailes que se extendieron como la pólvora en locales exclusivos para personas de edad madura. Es decir, la gente pobre tenía capacidad innovadora y creativa.

La clase media, esa clase en la que intentamos ubicarnos muchos, en cambio, tememos a la gente pobre y procuramos distanciarnos de sus formas y de sus modos. Si oteamos el horizonte, buscamos el faro de la clase dirigente, intentamos copiar su estilo distanciándonos de la gente pobre. Es un comportamiento que hemos naturalizado en el sistema capitalista por otra parte, pero ya he dicho que Pinker no entra en esos dimes y diretes.

En resumen, Pinker es un generador de polémicas, pero su lectura, desde luego, no deja indiferente.

“Cómo funciona la mente”, Ed. Destino. Punset lo considera un candidato al Nobel.



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