jueves, 17 de septiembre de 2009

La prima Ana

Lo mejor que tiene el autobús en esta caótica ciudad es que, a veces, te encuentras con alguien que hace más llevadero el viaje. Un viaje en toda regla porque a este paso vamos a tener que pedirle al alcalde que, entre parada y parada, coloque una estación de servicio para poder ir al baño, comprar un zumo o una botella de agua.

Esta mañana me he vuelto a encontrar con la prima Ana. Coge el 9 en Sagrada Familia y puedes verla aparecer por la esquina agitada para que no se le escape el autobús. Desde que nació no ha hecho otra cosa que trabajar para otros y, ahora, lo hace para un matrimonio, profesores de nuestra Universidad. Quizá ronde los sesenta, quizá los pase con creces. No lo sé. La prima Ana no tiene edad. Su cutis es un pañuelo sedoso, pulcro, y sus ojos de horizonte te hablan con la misma gracia con que lo hace su boca siempre sonriente. Ella es de las que piensa que al mal tiempo buena cara, que el trabajo es salud, además de una bendición, y no sólo ahora que la crisis arrecia, sino que es muestra de una actitud vital de la que siempre ha hecho gala.

Y así, sonriente, me invita a sentarme a su lado. Si la acompaña su hija, como ha sido esta mañana, nos ruboriza a ambos al sentirnos como niños por tratarnos con la naturalidad de un adulto: “¿Le has dado un beso al primo? Ea, vamos a ver qué quiere Dios hoy de nosotros. Déjale al primo que se siente aquí conmigo”. Entonces el autobús se pone en marcha y ella me pregunta por la familia y me cuenta cómo es la vida de sus hijos, o me habla de gente que yo no conozco, pero habla sin dejar de sonreír, sin dejar de aceptar la voluntad de Dios, al tiempo que te acaricia la mano y se la queda para ella en un gesto protector que, al principio, me incomodaba pero que ahora echo de menos si el día en que nos subimos al autobús no siento su tacto. Creo que con cualquier otra persona, ante sus máximas, habría rebatido. Pero con ella me es imposible. Ella distingue que hay ricos y pobres. Acepta la situación pero lo curioso es que declara que Dios se desentendió de estos temas ni siquiera sabe Él cuándo. Es injusto que tengamos que trabajar para otros. “Ellos son así, primo, les gusta tenernos bien apretados, pero qué le vamos a hacer si el Señor está en otras cosas. Imagínate tener que estar en todas partes con la pila de criaturas que hay en el mundo”. Pienso entonces en su falta de formación, en su aceptación de la situación porque no hay otra, porque así son las cosas, en su Dios que ya no es omnipotente salvo para enjuiciarnos el día después. Dios, simplemente, es impotente para solucionar las cosas de aquí. Entonces me tranquilizo y siento que quizá ahora podamos pensar en la política como una actividad que se ocupa de las cosas del mundo, de las personas concretas. Sin embargo, la prima Ana parece intuir lo que pienso, y vuelve a su perorata diaria, a sus hijos, a mi familia, a su infancia, al dolor por la pérdida de su marido y a la apacible soledad en la que ahora se halla. “No hay otra primo. No hay más que alegrarse de lo que nos toca”. Pero yo siento esta mañana un torrente brumoso en la garganta, una inquietud ante la que me quedo desnudo, liviano, transparente como si fuese una botella llena de aire. “No hay otra primo, pero no hay que acongojarse. La vida viene así, y siempre será así. Y lo que nos toca es sonreír y ponérselo difícil”. Entonces, como si renaciera, la tanteo: “¿A Dios, prima?” Me mira, guarda silencio y sonríe sabiamente, o al menos así la interpreto. “Ya está aquí mi parada. Bueno primo, que tengas un buen día hijo mío. Adiós”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonito cuando puedes ver lo mejor de alguién a través de lo que escribe.
Q.K.

Miguel Ángel Madrid dijo...

Muchas gracias por el comentario sea usted quien sea. Un saludo

Anónimo dijo...

Hola Miguel.Me has transmitido un sosiego increible leyendo el post. Pero me quedo con lo siguiente para reflexionar, la gente a la que más dura le es la vida en esta ciudad, es la que menos está exigiendo hoy, corrígeme si me equivoco. ¿Qué está pasando? ¿Es conformismo? ¿Desidia? ¿Somos nosotros los equivocados? ¿Estamos luchando por mejorar lo que para ellos es ya inmejorable? ¿Por qué la fe en Dios y no en el cambio? O en uno mismo.
Sandra

Miguel Ángel Madrid dijo...

Mi prima Ana ha creído en Dios siempre, a su manera claro, consciente de su estatus social. Es una reflexión compleja, pero me parece que cuando hablamos de comunidad, de recuperar los barrios, en realidad hemos perdido el papel de mediadores, de catalizadores, de construir la realidad con la gente, al modo de la eclesia. En cualquier caso pones el dedo en la llaga. Gracias por el comentario porque nos haces pensar a todos y a todas. Seguimos dándole vueltas