Como
en El castillo, K.
Suelo
resistirme a leer la prensa, a ver los noticiarios, tan sólo los escucho sin
regularidad. He perdido el interés por la actualidad porque se trata de una
actualidad impuesta.
Cada
vez me adentro más en la literatura, como una tabla de salvación, como una
fuente de conocimiento inimitable.
Ya
sabemos que el sistema ha decidido hacer un ajuste, da igual si lo llamamos
recorte o no, cuyo efecto es la pobreza. Misteriosamente nos han dicho, -y nos
lo hemos creído-, que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Misteriosamente,
-y lo dejamos pasar, parece no entrarnos en la cabeza, en el corazón-, ignoramos que unos
pocos, muy pocos, han decidido vivir a nuestra costa: Antes y ahora y mañana.
Misteriosamente
hemos comprendido, de ahí la indignación, que los poderes públicos no trabajan
para el pueblo, no por traición, sino por dominación. Misteriosamente, pedimos
que alguien nos salve, y los partidos progresistas en general, pese a sus
errores, pese a entrar en la lógica de la dominación, se empeñan en salvar por
sí solos a un conjunto cuya fuerza, misteriosamente derrotada, sólo es fuerte
por sí misma.
Una
nueva alianza, como en la Biblia, es lo que a mí se me ocurre, más libre, para nada doctrinal.
El
ajuste deja una miríada de pobres. La clase media, en su grandeza, en su
debilidad, ha comprendido que sólo era una clase asalariada. Todavía se resiste
a concebirse como clase trabajadora porque en el imaginario el trabajador, la
trabajadora, lleva cuello azul (maldita sociología que etiqueta, maldito
lenguaje ideológico que limita, -los tuyos y los míos-).
Si
ese ajuste conlleva que nos vayamos del país, es un efecto colateral. Si la
gente se queda sin casa, es un efecto colateral. Si las pequeñas empresas no
acceden al crédito y despiden trabajadores, es un efecto colateral. Si los
gobernantes aprueban medidas inconstitucionales, es un efecto colateral. Si la
Justicia, como poder, está aliada con el poder financiero y con la corrupción,
es un efecto colateral. Etc., etc.
Porque
lo importante para ellos es el ajuste, entregarles, - como pago por una deuda que no vamos a poder
pagar-, un suculento negocio a cambio: la educación, la sanidad, los servicios
sociales en general (servicios públicos que pagamos con nuestros impuestos que
gestionarán las aseguradoras, los bancos. Ya se frotan las manos).
No
se trata de resistir solamente, ni de indignarse solamente, ni de manifestarse
solamente. Se trata también de construir, de ganar confianza con nuestras fuerzas. Los
partidos tienen una responsabilidad, pero también el conjunto de la ciudadanía,
a pesar de las discrepancias, de la desconfianza. Una nueva alianza.
El
ajuste deja una miríada de pobres, pero este país es mucho más. Pasemos de la
queja a la acción. Equivoquémonos, pero es vital que podamos mirarnos a los
ojos. Descubramos quién manda en El
castillo, empeñémonos como K., aprendamos de su frustración, construyamos
sin imitar a K. porque el poder tiene nombres y apellidos. También los
nuestros.
4 comentarios:
Te propongo que dejes de escribir, le ocasionas problemas a mi falta de fe.
Genial Miguel Ángel!, como siempre.
Besos.
Cuca.
Totalmente de acuerdo quizás la clave sea la organización de la ciudadanía, la complejidad que ello entraña debido principalmente a que falta tejido participativo y vertebrador de la misma...
Sí, Belén, esa es una de las claves. Que sea complejo no quiere decir que sea imposible. Me gusta el término complejidad porque muestra la realidad: no es simple el amor, el trabajo, la familia... Por qué ha de ser simple enfrentarse a la crueldad del sistema.
Gracias por andar por aquí. Saludos
No es mi intención de forma directa. Si ocurre... ¡El milagro!
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