La noche del 20 al 21 de mayo mis defensas decidieron retirarse y dar rienda suelta a la infección. A día de hoy, atiborrado de antibióticos, convaleciente y ya sin fiebre, me siento delante del teclado para expresar parte de lo que siento.
Ayer uno de los portavoces de la Puerta del Sol declaraba que allí no estaban para hablar de política y sí de los problemas de la gente.
La política, etimológicamente del griego, es <
Primera conclusión, por tanto: parece que el lenguaje, de nuevo, debería ser revisado. Porque para este portavoz, para muchos más ciudadanos, la política es cosa de políticos profesionales, en lugar de cosa de ciudadanos que tratan de los asuntos públicos. Parece que todo esto es consecuencia de ese pim-pam-pum del PSOE y del PP. Revisión también de la noción de democracia, de la noción de los valores universales que recoge ¡Indignaos!, de Hessel, y otros autores unos cuantos siglos antes, de libertad, igualdad y justicia. Hoy son palabras gastadas, vacías, necesitadas de resignificación.
Resignifación de la noción, también, de izquierda y derecha. La clave está en la lucha por los derechos humanos y por la dignidad de los hombres y mujeres de este mundo manifiestamente mejorable.
Refundación de los partidos políticos, de sus estructuras y de su transparencia.
Todo este proceso puede ser que sea una parte del debate que deba abordarse.
Pero debemos ser conscientes de que no todos somos iguales. Que en esta democracia, en Occidente, no todos los partidos son iguales. No todos defienden, pese a la necesidad de revisión que antes indicaba, lo mismo y a los mismos. Hay un proyecto de dominación mundial que encabezan unos pocos: el movimiento neoliberal que sólo cree en la acumulación económica y cuyos exponentes en la vida pública son los partidos conservadores. Son los partidos que liberalizan el suelo y lo ponen en manos de la especulación, que permiten los paraísos fiscales, que impiden la puesta en marcha de impuestos a los movimientos de capital sin límite y especulativos. Son los partidos que, como el del gobierno alemán, deciden que haya menos Europa, donde reside la esencia de los valores universales, y se destruyan países como Grecia, Irlanda, Portugal, ¿España?. Son los partidos que no mueven un dedo para democratizar las instituciones tan poco democráticas como el FMI.
La socialdemocracia era necesaria en Europa para frenar la expansión del comunismo en Occidente, pero ya no es necesaria. Y la Eurocámara está llena de euroescépticos. Porque el movimiento neoliberal no cede al poder político; lo busca y, cuando lo consigue, lo debilita.
En el caso de España, hemos vivido muchos años como ricos en una ola especulativa que estamos pagando con creces. Creíamos que éramos el 8º país más rico del mundo. Pero seguíamos siendo un país intervenido. Sólo hay que leer el libro de Joan E. Garcés, “Soberanos e intervenidos” para que nos dejemos de pamplinas y descubramos la cruda realidad. Vivimos en un contexto internacional que influye nuestra política, por las buenas o por las malas. No digo que todo esté perdido, sólo que debemos ser conscientes para buscar estrategias y alternativas, razones para, al menos, indignarnos.
En cuanto al bipartidismo, y para terminar esta entrada de hoy tan apresurada, y centrándome en el caso de España, buena parte de lo que expreso sobre el proyecto de dominación mundial, decir que el PP representa ese partido de los poderes fácticos en España. Es el partido que se alió con ese mundo y que trajo esta crisis. Calla su programa, como en el resto de Europa, y luego, cuando gobierna, viene el copago de los servicios públicos, la seguridad privada, la ausencia de redistribución de la riqueza porque debe favorecerse la acumulación de la misma en manos de unos pocos.
El PSOE, en 2004, puso en marcha un proyecto de corte republicano, en el sentido que otorga la filosofía política a este término, para avanzar en derechos civiles y sociales. La crisis de 2008 pone fin, en parte, a este programa y debemos afrontar dicha crisis atendiendo a lo que solicitan los mercados para no hundir más al país. Tuvimos que comprender, pues, que volvíamos a ser un Estado soberano e intervenido. Pese a todo, se han mantenido la universalidad de los servicios públicos esenciales porque es lo que podíamos decidir soberanamente.
En estos días oía en la televisión gritar a los acampados que PP y PSOE son la misma mierda; que para hacer políticas de derechas, qué más daba el PSOE que el PP; que debía reformarse la Ley Electoral para eliminar el bipartidismo. Pero toda acción tiene consecuencias: en el PP habita la extrema derecha (que supone un total de 3 millones de votos aproximadamente), la derecha y el centro (hacen un total de 9-10 millones de votos). Todo en uno. La reforma de la Ley Electoral supondrá que este partido único de derechas esté llamado a gobernar de forma mayoritaria. También olvidamos que, -y podemos valorar si es justo o no-, se beneficia también con nuestro sistema electoral a los partidos nacionalistas dado el problema territorial que España siempre ha tenido. El eterno debate de España. Ahora corremos el riesgo de que pase como en Italia: que nos quedemos sin izquierda, sin un gran partido progresista para que un canalla como Berlusconi pueda gobernar a sus anchas y con un cinismo que nada tiene que envidiarle al presidente de Valencia o la trama Gürtel. ¿Cuál es la diferencia?, ¿o se trata sólo de unos cuantos trajes de chaqueta?
Ahora soy concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Granada, pero algunos conocidos que tengo y que acuden a la acampada de la Plaza del Carmen, quieren que vaya, pero no como político. Se olvidan que ellos también son políticos, son ciudadanos y que esas precauciones, aparte de que puedan ser legítimas, me recuerdan al prohibido prohibir del 68.
Yo no puedo levantarme y despojarme de lo que soy ni de mi trastienda: soy ciudadano con un compromiso determinado y no me siento culpable, si corresponsable en la parte que me toca.
Esas consignas, el desprecio a los políticos, a los partidos mayoritarios, es precisamente lo que el PP está alimentando. Sus votantes acudieron todos a votar. La participación aumentó y se sienten más que legitimados. Están encantados de conocerse y de haber fortalecido, según ellos, la democracia.
Hoy, en el centro de salud, un trabajador, con su indumentaria de trabajo, echaba la culpa de la situación a los inmigrantes. El PSOE le había dado tanto a los inmigrantes que ahora él debía trabajar por 4 euros y no estaba dispuesto.
Todas estas reflexiones son las que echo en falta en los campamentos de las plazas de diferentes ciudades. Parece que yo tengo prohibida la entrada por pertenecer al PSOE, al igual que otros miembros de mi partido y me pregunto por qué no puedo acudir a escuchar y a aportar para que aprendamos juntos y, así, que mi partido pueda rectificar.