Ciudadanía y democracia (Un enfoque republicano)
Andrés de Francisco
Republicanismo y democracia: unas señas de identidad para la izquierda
Rebelión
Antes de comenzar con un análisis del contenido del libro, el lector que abra la primera página, descubrirá pronto que Andrés de Francisco se encuentra tras cada palabra, tras cada idea. Y esto, que pudiese resultar una obviedad, no lo es tanto, y menos cuando hablamos de filosofía política, de un profesor de la universidad española, en este caso la Complutense de Madrid, acostumbrados como nos suelen tener a la composición de libros de corte y pega, de ideas inconexas que se traban forzadamente. En este caso, Andrés de Francisco, no se contenta con haber concebido una obra compleja, con hacernos pensar y reflexionar, lo cual ya pudiera ser un mérito, sino que le añade un valor extra, pues nos cuenta su trabajo, el cual, conforme avanzamos, comenzamos a darnos cuenta, claramente, que esconde muchas horas de esfuerzo. En suma, el libro está teñido de pasión, porque el trabajo analítico también la permite, por fortuna [para nosotros].
Andrés de Francisco es un filósofo grande, ambicioso, total. Por ello, la producción científica, el trabajo investigador, lo concibe con disciplina, pero también con placer, qué duda cabe, pues dibuja un tratado que desea transmitir, que debe ser transmitido. De ahí la pasión, tanto por el amor a su materia de estudio, la filosofía política, como por el saber, en general (la teoría política, la historia con mayúsculas, la sociología, el derecho constitucional, etc.), así como por la labor de magisterio que persigue, que notamos en cada párrafo; de ahí, el cuidado en el lenguaje, en el uso de la palabra perfecta y precisa, cual poeta que quiere transmitir la idea exacta, justa.
En definitiva, Andrés de Francisco, es un filósofo, no sé si valiente, pero sí cabal. Su libro, Ciudadanía y democracia, propone un modelo de buena sociedad y de justicia social, de izquierdas (tan necesitada y tan desnuda frente al empuje del liberalismo económico), lejos de lo que podría ser pero nunca será, sin por ello, tener la necesidad de renunciar a la utopía, enfrentándose, pues, a la contrautopía liberal. Un enfoque republicano que, desde el primer momento, el autor nos avisa, no será una comparativa entre regímenes opuestos,sino una propuesta concreta, democrática, hundiendo las raíces en una filosofía política milenaria que arranca en el mundo griego pero que adapta a las exigencias y necesidades del presente.
Por eso, el libro arranca con una crítica radical al liberalismo económico, ya que a lo largo de las páginas del mismo, la contraposición entre liberalismo y republicanismo será una constante.
Para Andrés de Francisco, el liberalismo (consciente del peligro de separar el liberalismo económico y político) presenta dos dogmas fundamentales,es decir, está sustentado en dos principios que sólo pueden sustentarse desde la fe, no desde la ciencia y la razón, pese a que tales dogmas están socavando nuestro futuro y el de muchos pueblos. El primero de ellos se refiere a los equilibrios y la autorregulación de los mercados. Cierto es que la izquierda no ha podido hallar un mecanismo de coordinación social con tal capacidad, un sistema descentralizado de toma de decisiones a gran escala, por lo que es insustituible conforme la complejidad de la vida económica avanza. De este reconocimiento a la afirmación del liberal de que los mercados se autorregulan y que tienden al equilibrio gracias a un poder divino, una mano invisible, sin necesidad de intervenciones externas, existe un gran trecho. Y si analizamos el concepto mismo de equilibrio en la economía de mercado capitalista, surgirán muchos modelos de equilibrio, insatisfactorios todos, ya que se definen según las condiciones iniciales de las que se parta. La economía, pues, tendrá como aspiración ser una ciencia positiva, pero sigue en ciernes a la hora de explicar el equilibrio, porque no existe el hecho del equilibrio, sencillamente.Sin embargo, el liberal sigue defendiendo el dogma, así como la autorregulación cuando hay alguna desviación en la marcha ascendente de la economía, ya que así puede mantener una filosofía política donde el mercado sea la institución central de la sociedad de individuos y el Estado y la política, reducidos a su mínima expresión, a saber, la defensa de la libertad individual, es decir, del que más tiene, para que pueda acumular más. Pero falta un paso más: esa mano invisible que actúa en el mercado, el poder divino como yo lo he bautizado,para el liberalismo, lo hace siempre produciendo el bien y, para más jocosidad,provocando eficiencia. Obviamente, hablamos asépticamente, o quizá no, claro que no, porque la concentración económica, la riqueza en manos, cada vez más,de unos pocos, desde el ideal republicano democrático no es eficiencia económica, y si hablamos de integración social, por ejemplo, podremos tener un sistema económico, el capitalista, eficiente, pero no será justo. A fin de cuentas, todo este discurso, persigue la adoración, desde la fe, porque la evidencia es otra bien distinta. Miente a sabiendas el liberalismo. Utiliza el dogma de fe conscientemente, con una fuerza agresiva y poderosa, que nos inunda de miedo, o de encantamientos, según le interese, cuya esencia moral hace daño,y de qué manera.
Pero sigamos avanzando con Andrés de Francisco en su segundo capítulo.Qué se deduce, en la práctica, aunque ya hemos avanzado algo, de los dos dogmas anteriores:
En principio, un Estado mínimo, donde el protagonismo resida en la sociedad civil, gobernada por la lógica del interés privado. Sin embargo, qué pasa cuando fallan los mercados. Los Estados crecen para ponerse al servicio del gran capital financiero, creando aranceles, monopolios frente a la librecompetencia. De hecho, la libertad necesita al Estado, que ha ido creciendo,fundamentalmente a partir del s. XIX sin parar, ya que el mercado no puede producir bienes públicos. Pero es que, además, en el mercado se producen nuevos fallos, asimetrías informativas, incertidumbre, y en un sistema, orientado al futuro, debemos asegurarnos frente al riesgo, pero este hecho genera nuevas ineficiencias en el mercado, tal y como se demuestra con la selección adversa y el riesgo moral. El Estado crece también al tener que intervenir en la relación conflictiva entre el capital y el trabajo.
Ahora bien, el liberalismo robustece al Estado, pero intenta despolitizarla economía y los mercados laborales. Y con cada ofensiva, logra minimizar al Estado,al Estado social, claro, escondiendo su carácter despótico y de dominación.Porque, y finalmente, el liberalismo entiende que la acción política funciona igual que el mercado. Entre la pluralidad de agentes, existirá competencia, y el resultado no será el consenso, y sí el equilibrio. Eso sí, un equilibrio bueno. Pero el pluralismo de agentes que compiten limpiamente no se produce, porque los empresarios tienen una posición distintiva. ¿Alguien duda del poder fáctico de la banca en nuestro país?, por poner uno solo de los ejemplos de esos gobiernos en la sombra que ejercen influencia sobre gobiernos legítimos y parlamentos.Entretanto, los de siempre, seguirán siendo vulnerables, cada vez más.
Frente al capitalismo salvaje que promueve el liberalismo, alejado dela justicia social y del bien común, Andrés de Francisco nos propone una alternativa, el republicanismo democrático donde todos los ciudadanos tengan un grado real, y no sólo formal, tal y como propone el liberalismo, de libertad en condiciones de igualdad.
Para ello, como Rawls, parte del concepto de ciudadanía en la segunda parte del libro, ya que el republicanismo democrático que el autor nos propone aspira a una buena vida privada en libertad y en igualdad de condiciones y oportunidades, regulando a través de la ley un sistema colectivo de cooperación.
El capítulo tercero, el de las fronteras y dimensiones de la ciudadanía, es quizá mi preferido. Los dos anteriores me dieron los argumentos necesarios para renovar ideológicamente mi rechazo, cada vez más rabioso, al liberalismo. Este tercer capítulo, además de la exquisitez con que está escrito, nos lleva directamente a la utopía posible, a cómo transformar la sociedad, a que tomemos partido. Y todo, como ya he mencionado, sin dejar de enriquecerte intelectualmente, viajando a Atenas, al s. V y IV a.C., a Roma y al inicio de las ciudades medievales del s. XII, apreciándose una capacidad de síntesis envidiable. La ciudadanía se define por las fronteras externas, pero también tiene altura el espacio cívico, volumen, y puede estar estratificado o no, ser más o menos igualitario.
Si en la Atenas del s. V y IV a.C. se produjo una democracia radical,la solución que más ha prevalecido para estratificar el espacio cívico ha sido la limitación del sufragio, pero la burguesía descubrió, -como nos avisa Andrés de Francisco-, al conceder el sufragio universal que el mismo no garantiza la igualdad política, ni se eliminan las fronteras internas con las que la ciudadanía se estratifica y segmenta, taly como sabía, mucho antes el republicanismo oligárquico. Es decir, igualdad de derechos no es igual que la democracia. El ideal de ciudadanía plena exige protección social, distribución de recursos y participación política activa,atendiendo también a cómo se distribuyen las identidades colectivas, no sólo las culturales. Hoy es innegable el hecho del pluralismo, tal y como afirma Rawls, y sentencia que no habrá un espacio de convivencia estable en tanto no seamos capaces de construirlo como un espacio cívico y entrecruzado de libertad e igualdad.
El capítulo cuarto abre con una pregunta, -¿qué se entiende por democracia?-, que cualquiera de nosotros contestaría con vaguedades diversas:elecciones, partidos políticos, etc. Sin embargo, hasta hace bien poco siempre se entendió lo que entendió Aristóteles: un régimen político de clase en el que los muchos pobres libres gobernaban. Y es que Andrés de Francisco nos recuerda algo que a fuerza de repetirse, olvidamos: la democracia es la esencia programática de la izquierda, y esto significa, la hegemonía política de los trabajadores libres, un sistema que quebró la alianza histórica dominante entre la espada y el dinero, entre riqueza y poder político, entre monopolio económico y control de los recursos públicos del Estado, un sistema, pues, que dista mucho de cumplirse en la actualidad, que supone la necesidad de existencia de la izquierda, de su reivindicación. Sea como fuere, en la antigüedad, la libertad es inseparable dela democracia, pero para Aristóteles, ese es su problema, ya que los pobres libres deben trabajar, y la república es sinónimo de universalidad,racionalidad y libertad, siendo la ley expresión de lo universal, mientras que la democracia es sinónimo de arbitrariedad, particularismo y tiranía de los muchos. Por tanto, para Aristóteles, la democracia es la falta de virtud y de libertad interior de los trabajadores. Y ello se solucionaría otorgando suficiencia a los trabajadores, mediante la propiedad. Urge, pues, buscar alternativas democráticas a la tradición republicana de impronta aristotélica, con lo que se entra de lleno en el capítulo quinto: el poder y cómo controlarlo republicano-democráticamente.
En primer lugar, Andrés de Francisco, analiza el imperio de la ley,vista en sentido liberal y en sentido republicano. En el primer caso, la ley es una restricción a la libertad individual. La crítica al respecto, viene de suyo, y Andrés de Francisco nos ilustra, y nos divertiría si no fuese por lo trágico, a través de un artículo de periódico de Vargas Llosa tras su estancia en Iraq en el año 2003.
Para el republicanismo, libertad es autonomía. Si imperan los hombres,es que hay dominadores y dominados. Si imperan las leyes, todos los hombres,libres de la dominación de otros hombres, nos aclara el autor, son igualmente libres, son ciudadanos. Ahora bien, para que la ley sea expresión de lo universal, el republicanismo está muy atento al problema del poder. De ahí la división de poderes, sincrónica (ejecutivo, legislativo y judicial) y diacrónica (brevedad de mandatos y no-reelegibilidad de los mandatarios). En este sentido, se nos seduce con los discursos de Robespierre, y me pregunto cuántos males, nuestra joven democracia podría ahorrarse haciendo frente a la mal llamada cultura del pelotazo, y que bien debiera denominarse como ética del pelotazo. Andrés de Francisco pone también el dedo en la llaga acerca de la calidad democrática de los partidos, y cuántos males, de nuevo, podrían evitarse con la división de poderes diacrónica. Por último, los frenos y contrapesos, el equilibrio de poderes, puede tener sesgos contra mayoritarios o elitistas o pueden tener sesgos contraelitistas y populistas. Los tres mecanismos básicos propuestos por los padres del constitucionalismo republicano moderno, nos aclara Andrés de Francisco, -el veto presidencial, bicameralismo y control judicial de las leyes-, presenta un sesgo elitista contramayoritario evidente.